Entrevista a Michel Colombier, economista y director científico del Instituto de Desarrollo Sostenible y Relaciones Internacionales (IDDRI) de París.
Texto: Sara Acosta | París
Es una de las voces que mejor puede explicar las claves del acuerdo histórico alcanzado en París para frenar el cambio climático. Veterano negociador, Michel Colombier fundó el Instituto de Desarrollo Sostenible y Relaciones Internacionales (IDDRI) de París junto a Laurence Tubiana, embajadora de Francia en la Cumbre del Clima. Este economista no duda de que lo acordado en la capital francesa sienta las bases para la transición energética que necesitará el mundo hacia una economía sin energías fósiles
–¿El de París es un buen acuerdo?
–La forma en la que se ha reorganizado la discusión internacional sobre la cuestión climática desde la Cumbre de Cancún (2010) es fundamentalmente un enfoque económico, que ayude progresivamente a anticiparse en las decisiones. Es decir, saber cuál será mañana el precio de las energías fósiles o de la tecnología. A los países y a los actores económicos les faltaba una información clave: la que tiene que ver con el futuro. Los compromisos nacionales de este acuerdo son valiosos porque envían al sector privado la señal que le falta a la economía: que el día de mañana el clima será un aspecto importante. Eso es lo fundamental de la dirección política que se ha dado aquí.
–¿Es suficientemente ambicioso para lanzar ese mensaje?
–Por primera vez, sí.
–¿Por primera vez?
–El primer acuerdo importante fue Río (1992). Allí todos los países reconocieron que había un problema. En aquel momento la ciencia aún no es muy precisa. En su primer informe, el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) dice que el calentamiento global es una cuestión más o menos segura, y que es culpa de la actividad humana. Pero todavía se cuantifica mal, así que se dice ‘intentemos no empeorar las cosas, pongámonos el objetivo de controlar este fenómeno y evitar la catástrofe’. Pero Río no explica gran cosa sobre qué hay que hacer, cuál es el cambio.
El primer tratado que marca eso es Kioto. Se dice que hay países que emiten enormemente, y son ellos los que deben demostrar que el cambio es posible y empezar a actuar. La señal que se da a los países ricos es que pueden seguir siéndolo emitiendo menos. Es un mensaje político válido, y fuerte. Pero el día que los americanos ya no están dentro, no funciona y Europa se encuentra sola obligada a demostrarlo. Mucha gente empieza a decir, con acierto o error, que mientras las emisiones bajan en Europa, aumentan en China, o que la producción va por su lado y que no es un cambio de modelo, solo una externalización de la contaminación. La visión de Kioto de que se puede buscar la prosperidad de otra manera se pierde definitivamente. Y desde entonces no la hemos reconstruido. Esta es la primera vez que se construye de forma a la vez relativamente sostenible y universal. Kioto fue un mensaje político, París es económico.
–Sin embargo, el texto reconoce que los compromisos de los países no son suficientes para limitar en dos grados el aumento de temperatura del planeta.
–De acuerdo, no son suficientemente ambiciosos por ahora y es normal, porque llegaron antes de este acuerdo internacional, que dice hay financiación, hay solidaridad, hay transparencia, así que podéis estar tranquilos sobre lo que hagan los vecinos. Todo eso no existía cuando los países hicieron sus compromisos. Y aún así se tiran a la piscina y dicen ‘creo aún así que yo puedo hacer tanto’. Ya solo eso es un cambio para la mayoría. Mire los compromisos de Etiopía, de Brasil, de Europa, de EEUU, de China, de India, lo que cuentan no es lo que hacen desde hace diez años, sino a futuro.
–Pero si no son suficientes, ¿qué mecanismo establece el acuerdo para alcanzar ese objetivo?
–El más importante es la revisión de los compromisos nacionales cada cinco años. Una lectura puede ser que para los países es fácil, que por el momento no es suficiente pero más adelante lo harán mejor. En realidad, el mecanismo de revisión es un instrumento real del aprendizaje que los Estados están haciendo. Sus objetivos se hicieron antes de que existiera una cooperación internacional. La mayoría los ha hecho antes incluso de haber puesto en marcha políticas climáticas.
–No ha dejado de insistirse en que se debe reaccionar rápido. ¿Qué fuerza tiene lo acordado a corto plazo?
–En 2018 los países dirán cuántas emisiones tendrán y las políticas que pondrán en marcha. Pero no se trata de señalar quién lo hace bien o mal, sino ver qué ha pasado, en qué trayectoria estamos. Brasil, por ejemplo, ya está estudiando cómo cambiar su política en 2016 para poner en marcha sus compromisos nacionales. No van a esperar a 2020.
–Hemos visto la batalla de India o China, de los emergentes, por que no se les exigiera rendir cuentas de la misma forma que a los ricos. ¿Cómo ha quedado la situación para estos países?
–Los países del Sur eran muy reticentes a tener un mecanismo de revisión único. Algunos decían ‘para nosotros es muy complicado, no tenemos esa información’. Y tenían miedo de que eso redujera las obligaciones de los países del Norte. Lo que hay para después de 2020 es la ambición de crear un mecanismo único que se parece al que hoy tienen los países industrializados (más restrictivo). Pero dice a los revisores que deberán tener en cuenta las diferentes capacidades de los países, no pueden tener el mismo nivel de crítica ni de exigencia con un país africano que con EEUU. Es un proceso único pero diferenciador.
–La versión final del acuerdo ha dejado fuera la mención de alcanzar la neutralidad en emisiones en la segunda mitad del siglo. ¿No es rebajar la ambición y la señal económica?
–La ciencia del clima ha evolucionado mucho, se ha precisado, el aspecto a largo plazo es muy exigente. El texto dice que las emisiones deben alcanzar su punto máximo lo antes posible y a partir de ese momento reducir rápidamente las emisiones de gases de efecto invernadero para alcanzar un equilibrio entre las emisiones antropogénicas por las fuentes y la absorción antropogénica por los sumideros en la segunda mitad de siglo. Eso, para el sistema energético quiere decir más o menos cero emisiones en 2050. Ya no habrá espacio para ningún país del planeta de ser verdaderamente emisor. Pero la cuestión es que cada país lo haga en función de sus propias capacidades, los del Sur con las que les aportarán los países del Norte. No es que cada uno se encuentre solo ante sus responsabilidades. Con la perspectiva de hoy, es una señal de transformación total del modelo de desarrollo económico y social para los países del Sur. Para nosotros, es mantener la prosperidad.
–Si los países no cumplen no hay sanciones
–En este sistema no hay sanciones, no vamos a enviar al Ejército. Si un país no quiere, todo lo que puede hacer esta asamblea es decir que lo que se hace no está bien. Funciona sobre la presión para que los países cumplan.
–¿Basta con eso?
–Esa presión se construye sobre la reputación de los países, que funciona cuando el proceso es colectivo, esa es su legitimidad. Lo vimos cuando Canadá no aplicó Kioto.
–Pero no pasó nada, no hubo ninguna consecuencia
–No pasó nada pero Canadá no lograba salir de Kioto. Cuando venía a las cumbres del clima se le decía ‘no haces tu trabajo’, pero Kioto solo preveía advertir a un país al final del periodo de compromiso. Hubiera sido muy fácil para Canadá salir con tal de no recibir la regañina, pero no lo hacía porque eso hubiera tenido un alto coste para su política interna. Solo se fue después de Copenhague, cuando se concluyó que Kioto estaba muerto, que no había gobierno sobre el clima.
Es además una cuestión de credibilidad económica. Si el mundo financiero y los inversores integran que esta es la dirección en la que va el mundo para reducir el riesgo, ¿quién se atreverá a salir? El país que lo haga no habrá comprendido la historia y se convertirá en un riesgo para el medio ambiente. Y su economía quizá esté amenazada en el futuro porque estará desconectada del resto del planeta.
–Se han comprometido 100.000 millones de dólares anuales. Pero hará falta mucho más que eso para financiar la transición energética del mundo. ¿Hay que ver ese fondo como un punto de partida?
–Se necesitarán billones de dólares para financiar la transición energética. Pero cuando se mira la necesidad de financiación de la economía no es gran cosa, no se necesita la mitad de la capacidad de inversión para la economía verde. Quizá sea el 1% ó el 2%, no es un problema de cantidad. Lo que hay que hacer es reorientar las inversiones y hay que decir, por ejemplo, que la eólica no tiene riesgo. Después, lo complicado es el cambio de una industria de la energía hacia la sociedad, invertir en rehabilitación de los edificios, en paneles solares. Y no lo harán las grandes eléctricas, sino un mundo económico nuevo que está naciendo. Pero los 100.000 millones son una cuestión fundamental de solidaridad con los países del Sur. No es suficiente, pero es lo mínimo para que los países pobres puedan financiar su adaptación al cambio climático.