El ciclón Irma provocó una de las mayores llamadas a la evacuación de EEUU. Este es el relato de lo que pasa cuando se le pide a 7 millones de personas que abandonen sus casas para ponerse a salvo. ¿Quizá hay que hablar de cambio climático?
Texto: Sara Acosta | Clemente Álvarez | Miami
Fotografías: fotos de móvil de evacuados
El domingo 10 de septiembre de 2017, a las 9:10 am, el huracán Irma tocó tierra con categoría 4 en Cudjoe Key, causando destrozos a su paso por todo el estado de Florida (EEUU). Ninguno de los personajes de este reportaje resulta herido, ni sufre daños, ni hace nada excepcional. Se trata solo de gente corriente tratando de ponerse a salvo. Pero por eso mismo su historia merece la pena ser contada.
Martes: 5 días para el huracán
“Lo siento, todo reservado”. Llamada tras llamada, el venezolano Andrés Schaffer recibe la misma respuesta en todos los hoteles de Miami, donde busca refugio para escapar del huracán con su mujer y sus dos hijos. La angustia va subiendo a medida que consulta vuelos para salir de Florida. Este martes, Irma se ha convertido en un monstruo de categoría 5 que avanza hacia la costa del estado y los precios aumentan con cada click en los buscadores de billetes por Internet. Los pasajes a Nueva York pasaron de unos 300 dólares por la mañana a más de 3.000 por la tarde. “Nosotros queríamos ir a Chicago, donde tenemos familia. Pero los precios subieron a la estratosfera y ya no pudimos”. Como miles de personas ese día, Andrés se siente atrapado.
Salir a buscar, se dice. Botas de lluvia, un paraguas, linternas, comida, agua… Andrés duda mucho, su mente de ingeniero está acostumbrada a analizar ventajas e inconvenientes. Pero hoy no hay tiempo. “Iba a buscar una cosa y me olvidaba cuatro”. Este martes, las autoridades instan a ponerse a salvo. El kit de supervivencia para huracanes en Internet aconseja tener alimento y agua para tres días, el móvil cargado y pilas. Nunca antes un ciclón en el Atlántico se había hecho tan poderoso estando aún al este de las Antillas menores en el Caribe. Irma no ha necesitado alcanzar las aguas cálidas y poco profundas del Mar Caribe ni del Golfo de México para hacerse con su enorme poder. Y con la llamada de emergencia, se activa el abuso. Botellas de agua que hasta hoy costaban poco más de cinco dólares en Amazon, pasan a 179 con el servicio de entrega urgente. La policía del condado de Miami abre la línea 1-866-9-NO-SCAM para denunciar estafas y subidas de precios sacando provecho de la alerta.
Miércoles: 4 días para el huracán
Quedan cuatro días para el posible impacto de un ciclón más grande que todo el estado de Florida contra Miami, cuando el dueño de la casa alquilada por la peruana Erika Gonzáles Prada le comunica que no cree necesario poner protecciones antihuracanes en sus ventanas. Ella lo tiene claro: “Pasamos aquí Katrina en 2005, pero esto era más fuerte, sin shutters contraventanas metálicas no había forma de quedarse en casa”. Tampoco puede permitirse pagar los precios a los que se habían puesto los pasajes a su país, ni encuentra hoteles baratos, ni sabe a dónde escapar. “Decían que iba a pasar por la derecha, por la izquierda, por encima… yo no sabía a dónde irme, para Tampa, para Orlando…”. Así que solo le queda una opción: encontrar rápido un refugio en el que, además de su madre y sus dos hijos (de 16 y 20 años), admitan a su pequeño perro, ‘Hachi’.
Ese mismo miércoles, Tamoa Calzadilla tiene que volver a Home Depot por segundo día para comprar tablas de madera con las que terminar de tapar las ventanas de su casa. Allí la periodista se encuentra con algo que le resulta familiar: “La visita al Home Depot de Hialeah Gardens nos devolvió a los días de escasez y tumultos en supermercados de Caracas cuando llegan algunos productos básicos como el papel sanitario”, escribirá en un pequeño diario días después del paso del huracán.
Nervios colectivos, anaqueles vacíos, empujones. La venezolana describe la locura colectiva provocada por llegada de Irma en Miami. “Una mujer llevaba baterías [pilas] como para equipar los radios de todo un refugio y un muchacho, de unos 30 años, cargaba un paquete grande de botellitas de agua mineral y atrapaba las miradas recelosas de los que llegaron cuando ya no había”. “‘Tampoco hay sacos de arena ya’, repetía una mujer con acento cubano por el celular”.
Para entonces, que el huracán había arrasado ya las pequeñas islas de Barbuda y San Martín, el costarricense Ronny Rojas cae en la cuenta de que tiene que hacer algo, pero esa noche se va a la cama sin ningún avance. “Estuvimos buscando hoteles, pero ya no había casi, vimos que era difícil comprar vuelos. Simplemente lo dejamos. Nos confiamos”.
Jueves: 3 días para el huracán
A las 7 de la mañana del jueves, la colombiana Marisol Arias cierra su casa junto al mar en Miami Beach y se sube al auto con su marido, su hijo pequeño y su perrita. En el navegador que les va a guiar escribe ‘Musfresboro’, nombre de una ciudad de Tennessee a más de 1.500 kilómetros de distancia. Ante las dudas de la trayectoria de Irma, opta por irse lejos, a casa de una amiga. Ella ha vivido aquí otras alertas de este tipo antes y no está asustada, pero ha aprendido que hay que reaccionar rápido. “Yo sé que el huracán te da tiempo, faltaban días hasta que llegara, pero sí nos daba miedo que se acabara la gasolina”, cuenta. A pesar de su reacción rápida, al salir a la autopista se queda atrapada como una mosca en la tela de la araña. Es el gran atasco. El viaje de Marisol resultará una pesadilla de 25 horas de conducción, parando a dormir por la noche dentro del propio auto, en una área de descanso al llegar a Georgia, junto a otros vehículos llenos de familias como ellos. “En la vida había visto tanta gente moviéndose a la vez”.
Ronny Rojas no tiene tanta prisa, hasta que se entera que hay evacuación obligatoria también en Brickell, la zona de Miami en la que vive en el piso 20 de una torre. Pero esa misma mañana consigue tres pasajes para volar el viernes a Nueva York con Spirit Airlines, a casa de su hermano. “Mae, fue pura suerte. El jueves vimos que había demasiada alarma y, por pura casualidad, aparecieron esos tres billetes”, comenta el costarricense. Uno para él, otro para su mujer y el tercero para su hija de 6 años. Costaban tres veces su precio normal, pero no eran tan desorbitantes como otros. Se acababa de quitar un enorme peso de encima.
También se siente aliviada la estadounidense Luz Gómez, después de cruzar en coche con su marido y sus dos hijos el estado de Florida de una costa a la otra, de Miami –en el Este– a Tampa –en el Oeste–, para refugiarse en casa de unos familiares.
“Estábamos supernerviosos”. Para la venezolana Tamoa Calzadilla este es el día de más tensión. Sobre todo después de terminar de tapar todas las ventanas, con la casa completamente cerrada, prisioneros de todos sus miedos. “Ese jueves estuve a punto del ataque de pánico. Quería gritar y llorar. Era tanta presión”. Al final, deciden marcharse todos en coche. Ella, su esposo, sus dos hijos (de 7 y 15 años) y su madre. Les da miedo que les pille el ciclón en la carretera, pero aceptan el ofrecimiento de unos amigos para refugiarse en una casa familiar vacía, sin muebles, en la que no tendrían que pagar, a 1.200 kilómetros de allí. En Fort Mill, en Carolina del Sur.
En la cama, Andrés Schaffer no pega ojo. Su mujer ha conseguido un hotel en Doral, una zona de Miami apartada del mar, pero le inquieta tener que quedarse a esperar el huracán. ¿Será seguro? Él mismo se repite mentalmente lo que le han dicho en el Holiday Inn: el edificio tiene ventanas antiimpacto y generador de emergencia. “Es una caja fuerte”, se intenta convencer.
Esta es también la primera noche de Rony Benzaquen en el refugio del Fuchs Pavilion, un enorme centro de exposiciones utilizado como bunker para huracanes en Miami. Será allí dónde él aguarde la tormenta con su mujer, su hijo de 5 años y una amiga de la familia con su hija. Es un espacio sin ventanas en el que acabarán metidas cerca de 2.200 personas, sin pagar nada. “Si uno tiene dinero toma un vuelo y pone a su familia a salvo, pero no todo el mundo puede hacer eso”, comenta este peruano que trabaja como camarero en un hotel de Miami Beach. Lo primero que descubre al entrar es que no dan camas, así que tiene que volver a su casa a por dos colchones hinchables. Pero su mayor sorpresa es otra: este es un refugio especial en Miami porque permite entrar con mascotas. “Estaban todas en unas esquina, metidas en jaulas”, detalla. “La primera noche los perros no pararon de llorar, tuvieron que pedir por los parlantes (altavoces) que sus familiares fueran a consolarlos”.
Viernes: 2 días para el huracán
Ronny Rojas no puede cumplir con la evacuación obligatoria. Al hacer el check-in del vuelo a Nueva York en el ordenador de casa descubre que ha sido cancelado. Asustado, llama por teléfono, pero las líneas están saturadas. Al cabo de más de una hora le confirman que no hay vuelo de escape. “Carajo, ahora sí estamos atrapados”, piensa. “Ya no había otros vuelos, no había hoteles en cientos de kilómetros a la redonda. También me dio temor empezar a manejar sin rumbo, sabiendo que no había gasolina”. Solo hay una opción: quedarse en su apartamento del piso 20 (de 38) de una torre de Brickell, con enormes ventanales de vidrio, a solo dos calles del mar. “Compramos bastante agua y casi toda la comida que quedaba en el supermercado. Quitamos todos los muebles. Tratamos de crear un refugio cerca de la puerta, tiramos colchones y pusimos muebles tapando las ventanas”.
Mientras tanto, se desespera en la carretera la venezolana Olivia Liendo, que escogió como plan de huida uno de los destinos más lejanos: Chicago, a más de 2.200 kilómetros. Salió de Miami el jueves por la noche, junto a su marido y su hija de dos años, pero solo en el primer tramo Miami-Orlando, que suelen ser tres horas, tardan 11. De los dos carriles de autovía, uno se ha convertido en la cola para poner gasolina. “Algunos vehículos llevan su propio combustible en bidones, pero nosotros tenemos que parar cada vez que el depósito llega a la mitad y tardamos dos horas solo en repostar”, recuerda. Aunque lo que más le angustia del viaje es seguir en su teléfono móvil la trayectoria del ciclón. “Estábamos huyendo por la ruta del huracán”.
Tamoa Calzadilla, que salió con su familia a la 1 de la madrugada del viernes después de poner a salvo los muebles y meter el televisor dentro del armario, tarda casi 20 horas hasta llegar a su destino en Carolina del Sur. “La adrenalina es tan grande que no nos dio sueño. Eso de viajar en la carretera con el huracán detrás, con todo lo que quieres dentro del carro [el coche], es demasiado fuerte”. A las 8:30 de la tarde llegan a una casa vacía, en la que tienen que echar unas colchonetas al suelo para dormir. Pero de golpe se les ha quitado el susto. “Cuando llegamos, nos sentimos a salvo e hicimos una parrillada. Eran demasiadas emociones. Luego el domingo teníamos sentimiento de culpa por los amigos que se habían quedado en Miami”.
Andrés Schaffer llega en la mañana del viernes a refugiarse en un hotel del mismo vecindario de Miami donde Tamoa ha dejado atrás su casa tapiada de tablones de madera y contraventanas metálicas. Poco después de recibir la llave de plástico de su habitación, la 524, su cara se descompone. Tras mucho insistir, consigue que la responsable del hotel le reconozca que las ventanas no son ‘antihuracanes’ y no hay generador. Le aconsejan que se refugie con su familia en las escaleras o dentro el baño, pero revisando el plan de emergencia encuentra un fallo clamoroso: las escaleras no comunican con el lobby, solo con la calle, así que si se va la electricidad y el ascensor deja de funcionar, no habrá manera de escapar. “Esto es un hotel, haremos todo lo posible por que estén a gusto. Pero si creen que se van a sentir inseguros, les recomiendo acudir a un refugio”, le dicen en recepción. Andrés se pone de nuevo en marcha. Deja su coche a salvo en un aparcamiento con techo y sale en taxi hacia el refugio más cercano. Al llegar al colegio Ronald Reagan High School, le explican que debe llevar todas sus cosas para poder quedarse. “Entonces me doy cuenta de que mi esposa y los niños no llegarán a tiempo antes de que el refugio se llene. Pedí un Uber de regreso al hotel. Me decía ‘chévere, estamos buenísimos’”.
A las once de la noche, los teléfonos móviles de todos los residentes de Miami empiezan a pitar: la alarma del condado por peligro de huracán ya es oficial.
Sábado: 1 día para el huracán
En el piso 20 de su torre casi vacía, Ronny Rojas se siente solo y culpable. “Mucha gente se fue. Eso duplica la sensación de incertidumbre, especialmente cuando tienes una hija. Pensé: ‘algo está pasando que yo no supe interpretar, no tuve perspectiva, me equivoqué. Me quedé atrapado”. Para empeorarlo, en el edificio no dejan de saltar alarmas y avisos por los altavoces. Primero son mensajes recordando la obligación de evacuar. “Una voz advertía que eran las últimas horas para irse, cada cuatro horas había un mensaje de esos”. Pero por la tarde, de pronto cambió. “Ya no decía que evacuáramos, sino que llegados a ese punto, no se podía salir”. También apagaron el aire acondicionado y los ascensores dejaron de funcionar. “Te dicen que ya no tienes salida. Sentía una carga de estrés tremenda”. Todo lo que podía hacer a partir de ese punto era esperar, agarrado a una única esperanza: según la última previsión del Centro Nacional de Huracanes, Irma se desviaba hacia el Oeste, a la otra costa de Florida.
Este cambio en las previsiones pilla por sorpresa a Luz Gómez y su familia, que se creían a salvo en Tampa. De pronto, están ahora de nuevo en el ojo del huracán. El suyo será uno de los viajes en coche más surrealistas huyendo de Irma. “Ahora resulta que el huracán venía directo hacia donde estábamos nosotros. No podíamos quedarnos”. Después de haber cruzado Florida de Este a Oeste, de Miami a Tampa, deciden volver a la carretera para realizar ahora el viaje inverso a solo horas de que impacte el ciclón con categoría 4, de Tampa a casa de su hermano, en Saint Augustine. Por la mañana del sábado todavía hay mucho tráfico por las evacuaciones, así que se arriesgan a salir de la autopista y coger carreteras secundarias. “Hay muy pocas en el estado y apenas son conocidas, tuvimos suerte de que en esta parte, en el norte, sí haya”. Tardaron cuatro horas y media en ponerse a salvo por segunda vez.
Aunque no llegan a conocerse, la peruana Erika Gonzáles Prada está con su perro en el mismo refugio que Rony Benzaquen. Lo más incómodo para ella es dormir en el suelo, encima de unas colchonetas de yoga que compró a la carrera el día anterior. Tampoco prueba la comida del ejército. Pero su estancia resulta más agradable de lo que esperaba. A su alrededor va acomodándose el suelo una multitud, que hay que esquivar caminando en zigzag. Entre esa gente está Rony Benzaquen, que va conectando con sus nuevos vecinos. Vuelve a su casa y aparece con otro colchón hinchable para un niño discapacitado que ve tirado en el suelo. También regresa a por una cafetera para compartir café caliente. “Todos en el refugio querían ayudar y poner lo mejor de uno”. El peruano habla con unos y con otros, va ganándose aprecios e incluso descubre apegos que no conocía. “Yo no estoy muy cerca de animales, pero me impactó el sentimiento de algunas personas hacia ellos. Me dio mucha ternura ver a los dueños tirados en el suelo, calmándolos”. Cuando el refugio llega a su capacidad máxima, en la puerta empiezan a negar el acceso a más familias.
Al final del sábado, el estado de Florida ha pedido a 6,3 millones de personas que abandonen sus casas, llegando a 7 millones en el conjunto del país. Es una de las mayores llamadas a la evacuación de la historia de EEUU.
Domingo: día del huracán
El ojo del huracán toca tierra a las 9:10 am con categoría 4 en Cudjoe Key, en los Cayos de la Florida, a 225 kilómetros de Miami. Esta ciudad se salva finalmente de lo peor, pero los efectos de la descomunal tormenta se sienten durante todo el día. Casi a la misma hora, la Policía de Miami-Dade lanza un nuevo aviso: “Nuestros oficiales está ahora refugiados para su protección. No podemos responder a llamadas. Quédese a resguardo, no salga fuera”.
Desde muy pronto, Ronny Rojas empieza a sentir cómo se mueve la torre donde vive en el piso 20. Toda la estructura del edificio comienza a crujir, con un chirrido continuo. “Así estuvo horas. Al inicio da miedo, pero luego hasta te acostumbras”, recuerda el costarricense. Sus ventanales no paran de vibrar, aunque aguantan. “Si hubiera llegado aquí directo un huracán 4 o 5, estoy convencido de que no hubieran resistido”. Desde las alturas, puede ver cómo se va inundando la avenida Brickell y también observa cómo explotan transformadores eléctricos en la calle”. Sin embargo, su apartamento no pierde la luz en ningún momento. “Cuando se vio que ya había pasado lo peor, sentís que se acabó. Es un alivio. No vale la pena tanto estrés”.
“En este momento, el huracán está pasando por aquí”, informan los altavoces del refugio donde esperan Erika Gonzáles Prada y Rony Benzaquen. Encerrados en ese búnker sin ventanas, esto es lo más cerca que sienten la amenaza del poderoso ciclón los dos peruanos. “La cobertura de Internet iba y venía, por lo que la gente iba compartiendo noticias de lo que ocurría en el exterior”, destaca el camarero. “Pero nunca dejamos de tener electricidad y aire acondicionado”.
Mucho más tranquilo desde el día anterior por el cambio de trayectoria del ciclón, Andrés Schaffer se entretiene calculando la velocidad del viento al otro lado de su ventana de hotel con una aplicación de móvil a la que lleva enganchado casi una semana. Durante la tormenta, registra vientos sostenidos de 80 km/h y ráfagas de 153 km/h. Según pasan las horas, van cayendo árboles y algunas palmeras se quedan sin hojas, solo con un tronco desnudo. De vez en cuando, a lo lejos salta una alarma de coche. A las 11:20 am, se va la luz en el hotel. El cálculo del ingeniero era certero: sin ascensor, quedan atrapados en la planta 5. Todo lo que se puede hacer es entretener el tedio, y a sus dos hijos. “Salgo a comprobar el pasillo, cambio”, suelta la voz del niño de 9 años a través del walki-talki que lleva en las manos correteando. “Ok. Chequea que todo esté bien, cambio”, responde su madre desde el otro aparato.
Tras el huracán, la ciudad mantiene toque de queda y no deja volver a muchas zonas hasta el martes. La familia de Andrés tiene que aguantar en el hotel con linternas y pasando calor sin aire acondicionado hasta la noche del día siguiente.
Antes, a las 3:00 de la tarde de ese mismo domingo, llega con su coche a Chicago la venezolana Olivia Liendo, tras pasar en la carretera casi tres días completos hasta llegar a una casa familiar.
Después del huracán
Al día siguiente del paso de Irma, hay zonas de Florida destruidas y ciudades inundadas. Cerca del 65% del estado está sin electricidad. En Miami, hay árboles caídos por todas partes, la mayoría de los comercios siguen cerrados y los supermercados muestran baldas vacías que tardan días en volver a llenar.
Tras el huracán vuelven las filas de coches a las autopistas, pero ahora en sentido contrario. Para Tamoa Calzadilla, la vuelta es mucho peor que la evacuación: 24 horas de viaje. La falta de gasolina convierte en agónico el regreso a Miami de la californiana Luz Gómez, que se la acaba jugando con lo que le queda en el depósito. “Cuando finalmente llegamos, nos quedaba combustible para unas diez millas más”.
Para Rony Benzaquen, todo esto se convierte en más trabajo. Durante los días siguientes, su hotel en Miami Beach se llena de familias que todavía no pueden volver a sus hogares. “Yo pensaba que en un país como EEUU no había carencias, pero con Irma vi a personas desesperadas en los supermercados y en las gasolineras. Aquí la gente no está acostumbrada a que le falten las cosas”.
Como consecuencia de los apagones, mueren 11 ancianos de una residencia del norte de Miami por no funcionar el aire acondicionado. Se calcula que Irma dejó más de un centenar de muertos por todo el Caribe. Solo 13 días después de pasar Irma, otro huracán, María, destroza Puerto Rico, dejando la isla hundida en el caos.
El alcalde de Miami, Tomás Regalado, del partido republicano, lanza un mensaje desde el diario local Nuevo Herald: “Es hora de que tengamos una conversación nacional sobre el cambio climático”.
FOTOGRAFÍAS: Todas las fotos que ilustran este reportaje fueron tomadas con teléfonos móviles durante la emergencia del huracán Irma. Tamoa Calzadilla pasó 20 horas en la carretera con su familia hasta llegar a Carolina del Sur, a 1.200 km de Miami. Andrés Schaffer nunca estuvo tranquilo en el hotel donde se refugió durante cuatro días con su mujer y sus dos hijos. En el refugio, Rony Benzaquen y familia coincidieron con los hijos y el perro de Erika Gonzáles Prada. Autores de las imágenes: Marisol Arias, Lorena Arroyo, Rony Benzaquen, Jorge Cancino, Damià S. Bonmatí, Tamoa Calzadilla, Juaje Gómez, Luz Gómez, Olivia Liendo, Alfredo Ochoa, Tana Oshima, José Luis Osuna, Erika Gonzáles Prada, Ronny Rojas, Andrés Schaffer, Almudena Toral.
Este reportaje ha sido publicado en el nº12 de la revista Ballena Blanca. Consigue tu ejemplar aquí.