El nombramiento de Rex Tillerson como secretario de Estado significa poner al mando de la diplomacia ambiental al máximo cargo de ExxonMobil. La empresa, una de las mayores responsables de las emisiones de gas de efecto invernadero, ha evitado durante décadas tomar acciones urgentes contra la crisis climática.
Texto: John H. Cushman | Marianne Lavelle | Inside Climate News
Traducción: Belén Kayser, Sara Acosta
Cuando empezó a sonar el nombre de Tillerson para el cargo, los activistas ambientales y sus aliados en el Congreso no disimularon su desesperanza. Y al mismo tiempo que el presidente electo decía en Fox News incorrectamente que “nadie sabe” si el cambio climático es algo real, deslizaba tímidos elogios a Tillerson en Twitter mientras mantenía el suspense sobre los rumores sobre su nombramiento. Los senadores de la oposición creen ver en el candidato de Trump, precisamente, una oportunidad para derrotarle. “No podemos permitir que el petróleo reemplace a la diplomacia en el actual departamento de Estado”, ha dicho el senador Edward J. Markey, miembro del Foreign Relations Committee y antiguo promotor de la legislación ambiental. La pregunta sobre Tillerson es, si después de 10 años dirigiendo Exxon, subordinará los intereses de la compañía a los del país. Esta cuestión ha despertado las quejas, incluso, de republicanos como John McCain. Como ha escrito en The New Yorker Steve Coll, decano de la Escuela de Periodismo de Columbia y autor de un libro sobre Exxon, el dilema se resume así: “ExxonMobil ha tenido como objetivo internacional promocionar el mundo como una fuente de producción de gas y petróleo”.
Alarmas
Una de las alarmas del nombramiento tiene que ver con las dudosas relaciones de Tillerson con Rusia. Los críticos consideran que sus acuerdos huelen a especulación y a ‘putinismo’. En 2011, Tillerson alcanzó un acuerdo histórico con Rosnef, una compañía rusa dirigida por un ‘compinche’ de Putin en sus años en la KGB. La compañía dirigida por el futuro secretario de Estado podría perforar en las costas del Ártico. Rosnef aportó a la transacción sus grandes reservas y Exxonmobil su filosofía y saber hacer yanki. Por su parte, Rosnef obtuvo participaciones en los proyectos de Exxon en Estados Unidos. A pesar de que un agradecido Putin reconoció a los tejanos con la ‘Orden de la amistad’ rusa, el acuerdo se atascó en 2014, cuando tanto EEUU como la Unión Europea impusieron sanciones al negocio energético ruso, en respuesta a la invasión a Ucrania. Aunque Exxon presionó contra las sanciones, sus movimientos fueron infructuosos y en 2015 estimó pérdidas de más de 1.000 millones de dólares. Trump se ha comprometido a poner fin a las sanciones; no en vano, volver a perforar en la zona sería muy bueno para Exxon, pero evidentemente no ayudaría en absoluto a que el mundo abandone los combustibles fósiles.
En cuestiones más generales sobre el clima, Tillerson podría considerarse un moderado frente a otras voces más extremas de la Administración Trump, como el vicepresidente Mike Pence. La mayoría de los elegidos por Trump para formar su gabinete se han mostrado en contra de los que critican la gravedad del cambio climático y la responsabilidad de la acción humana. Y él mismo ha censurado la urgencia de tomar las decisiones del Acuerdo de París. Pero dejando a un lado el cuestionado historial de Exxon respecto a las políticas climáticas y su apoyo a aquellos que rechazan la ciencia y el papel de la diplomacia para aportar soluciones, Tillerson ha afirmado que hay que tomar en serio el riesgo el cambio climático. Ha declarado que París fue un buen comienzo y que poner precio al carbono, cada vez más asumido por el resto de países, tendría sentido en EEUU. Sin embargo, en las reuniones de accionistas y en otras ocasiones Tillerson divaga: “Sobre nuestro apoyo a un impuesto al carbono, hoy no lo apoyaría”, dijo en 2013.
Cuestión de prioridades
Obviamente, Tillerson acelerará la aprobación del oleoducto Keystone XL y otros proyectos relacionados con las arenas bituminosas en Canadá, donde las propiedades de Exxon son enormes.
“Antes de las elecciones, nunca habría pensado que diría algo positivo sobre el hecho de que el presidente de Exxon fuera nombrado secretario de Estado”, dice Robert Stavins, director del programa de economía ambiental de la Escuela de Gobierno Kennedy de Harvard. “Pero dada la lista de los candidatos del señor Trump— que incluye algunos que asustan como Rudy Giuliani y John Bolton—, Rex Tillerson me parece ‘relativamente’ prometedor, incluso en política internacional sobre cambio climático”. (Los rumores apuntan a que Bolton, un halcón conservador, será el jefe de gabinete de Tillerson).
Defensores del clima como May Boeve, directora ejecutiva de 350.org, sostienen que “haría mucho daño tener a un barón del petróleo como Secretario de Estado”. Para Boeve, “Tillerson podría perturbar profundamente los esfuerzos para tomar medidas contra el cambio climático, o penalizar a países que desafíen la industria petrolífera y ayudar a firmar más tratados comerciales que pongan el lucro por encima de la gente y el planeta”. La directora ejecutiva de 350.org cree que “Rex Tillerson ganó millones a costa de la estrategia de negación y dudas de Exxon y seguirá lucrándose durante su etapa como Secretario de Estado”.
Mientras los demócratas prometen hacer fuerza, Tillerson tendrá que afrontar cuestiones clave sobre el clima:
- ¿Acepta Tillerson el mandato de París para mantener el aumento de temperatura del planeta por debajo de dos grados y no superar 1,5 grados respecto a los niveles industriales?
- ¿Acepta el consenso científico de Naciones Unidas de que esto significa alcanzar cero emisiones de gases de efecto invernadero en energía en las próximas décadas?
- Y, ¿cómo ve las conclusiones de tantos analistas de que esto significa dejar la mayoría de las reservas conocidas de carbono bajo tierra?
¿Tillerson = Exxon?
La resistencia de Exxon a las peticiones de sus accionistas de información sobre los riesgos del cambio climático también es una inquietud internacional, pues se prevé que un panel de asesores haga decisivas recomendaciones en este sentido al G-20. Se trata de una cuestión que muchos diplomáticos y financieros influyentes apuntan que podría afectar a la estabilidad internacional.
Con Tillerson al mando, la compañía se opuso a cada una de las resoluciones sobre el clima propuestas por los accionistas durante el último año, desde urgir a reconocer “la responsabilidad moral”, hasta la publicación de los gastos asignados a hacer lobby o el nombramiento de un responsable ambiental en su consejo directivo. Hace unos años, la compañía respondió a la presión de sus accionistas, que pedían un informe sobre el riesgo del carbono, pero el documento estaba lleno de conclusiones optimistas. “Tillerson y Exxon han dado señales muy vagas”, señala Shanna Cleveland, directora de la organización Ceres, que reclama transparencia sobre el riesgo asociado al cambio climático. Cleveland añade: “Tillerson tiene ahora la oportunidad de demostrar si las declaraciones que ha hecho reconociendo la realidad del cambio climático son verdad o solo una pose”.
Otra mancha de la compañía es su continuo apoyo a instituciones que niegan el cambio climático. En los inicios de la Administración Bush-Cheney, Exxon y otros lobistas, junto con grupos negacionistas del calentamiento global, ejercieron una durísima presión para minar el consenso científico. La estrategia formaba parte del exitoso esfuerzo de la industria por deshacerse del Protocolo de Kioto y postergar la toma de acciones contundentes sobre cambio climático. Y el bando de Trump ha sabido acoger a estos grupos.
El mundo espera
Otros temas internacionales sobre el clima caerán de lleno en los cuerpos diplomáticos para ayudar a resolverlos, incluyendo cuestiones sobre la decisión de Naciones Unidas sobre las emisiones de gas de efecto invernadero de los aviones y los barcos de mercancías. ¿Y qué pasará con el acuerdo de Obama con Canadá y México para reducir drásticamente las emisiones del sector eléctrico en todo el mundo? ¿Qué será de esta agenda como presidente de la reunión del Consejo Ártico en Alaska la próxima primavera? ¿Qué postura tomará la Administración Trump en la importante reunión del G-20 en Alemania el próximo verano, en la que se abordará el cambio climático y la eliminación progresiva de las subvenciones a las energías fósiles?.
“El secretario de Estado tendrá que afrontar el cambio climático, le guste o no”, asegura Todd Stern, negociador del Acuerdo de París como embajador climático en el Departamento de Estado de la Administración Obama. “EEUU tuvo un papel clave en estas negociaciones. La cuestión es si quien ocupe este cargo será alguien que se enfrente a los demás países, que están muy enfadados por que EEUU de marcha atrás en sus compromisos. O, si por el contrario, su actitud será más positiva, buscando soluciones para seguir dando pasos hacia delante”. Aunque Trump confirme su promesa de abandonar París, su Secretario de Estado tendrá que tratar con países que incluyen la reducción de emisiones como parte de su política exterior.
Uno de los miembros del equipo de transición para el Departamento de Estado es Steven Groves, investigador del think tank conservador The Heritage Foundation. Groves ha escrito que EEUU no solo debería salir del Acuerdo de París, sino de la Convención de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, negociada por George H. W. Bush y ratificada por unanimidad en el Senado en 1992.
Pero incluso después de que EEUU abandonara el Protocolo de Kioto bajo el presidente George W. Bush en 2001, el Departamento de Estado siguió participando en las negociaciones sobre el clima bajo el paraguas de la Convención, que se conocen como Conferencias de las Partes o COP. George David Banks, del American Council for Capital Formation, una organización defensora de las empresas, comenta que “aunque no estés de acuerdo con la ciencia sobre el clima, sigues buscando puntos en los que sí puede haber acuerdo— por ejemplo en la reducción de la contaminación—”. Banks fue uno de los enviados especiales del presidente George W. Bush ante la Unión Europea que retomaron el diálogo sobre el clima después de que el presidente abandonara Kyoto.
La huella de Exxon
A pesar de que el tono de Exxon ha sido en algunas ocasiones moderado, la compañía no se sumó a la carta de apoyo al objetivo de los dos grados que otras empresas firmaron durante las negociaciones de París. Su voz, al igual que su huella de carbono, ha sido muy clara. Y en los últimos años esta ha sido la de Tillerson y se ha mostrado firme al respecto.
Exxon ha presumido con frecuencia de sus inversiones en ahorro energético y apoyo a científicos independientes. Su depurado discurso y tono, que se espera que Tillerson adopte, es que las potencias emergentes y los pobres necesitan energía, y que esta sea barata. Eso significa que las energías fósiles son la respuesta mientras los políticos desarrollan soluciones con menores costes que tengan en cuenta el clima. Pero esto contradice al Banco Mundial y a otras voces, las cuales dicen que evitar los riesgos del cambio climático es el camino hacia un desarrollo sostenible.
Este texto es una versión traducida y resumida del artículo publicado por InsideClimateNews. El original se encuentra aquí
2 comentarios
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